Moda pasajera vs. verdadera transformación

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«Conócete a ti mismo y tendrás el mundo en tus manos», decía Sócrates. Esta máxima filosófica es la esencia de la marca personal. Al comprendernos mejor, proyectamos una versión auténtica de nosotros mismos, un principio que Tom Peters destacó en 1997 al acuñar el término en su icónico artículo The Brand Called You en Fast Company. Peters argumentó que, en la era contemporánea, cada individuo debe gestionarse como una marca propia, trabajando su diferencial para sobresalir.

La marca personal, este concepto que ha irrumpido con fuerza en nuestras conversaciones profesionales, genera tanto entusiasmo como dudas. Para algunos, es la clave para destacar en un entorno hipercompetitivo; para otros, una moda pasajera, alimentada por redes sociales y discursos de autoayuda. Pero ¿se trata realmente de un fenómeno superficial o de una transformación que puede cambiar nuestra forma de entendernos y proyectarnos en la sociedad?

Para abordar esta pregunta, es fundamental entender la verdadera naturaleza de la marca personal. Lejos de ser un concepto trivial, es un proceso profundo de autoconocimiento y comunicación estratégica. Si se trabaja con dedicación y un plan estructurado, puede provocar cambios reales en cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos perciben los demás. La psicología cognitiva sostiene que nuestras creencias influyen en nuestras acciones y, por ende, en los resultados que obtenemos. Una marca personal sólida comienza por conocer quiénes somos, qué nos hace especiales y cómo podemos generar impacto. Este proceso afecta directamente la autoestima y la percepción de nuestro valor, dos aspectos cruciales en el desarrollo personal y profesional.

Quienes han definido una narrativa coherente y alineada con sus objetivos tienden a mostrar mayor satisfacción y resiliencia ante los desafíos. No es casualidad que grandes líderes hayan construido su marca sobre valores claros y propósitos sólidos. Al desarrollar una narrativa consistente, no solo logramos coherencia externa, sino también fortalecemos nuestra confianza interna. Según un estudio de la Universidad de Harvard, quienes reflexionan sobre su “marca” o propuesta de valor personal tienen un 23% más de probabilidades de alcanzar objetivos profesionales significativos. Este hallazgo confirma que la introspección combinada con la acción planificada es una fórmula ganadora.

«Nada grande se ha logrado sin pasión», decía Hegel. Sin autenticidad y pasión, cualquier intento de construir una marca personal será insostenible a largo plazo. Sin embargo, también existe un lado oscuro. Cuando este proceso se convierte en una fachada superficial, pierde su poder transformador. Las redes sociales han banalizado el concepto, promoviendo la idea de que basta con publicar contenido atractivo o seguir ciertas tendencias para lograr el éxito. Este enfoque simplista puede producir resultados inmediatos, pero carece de solidez y suele generar agotamiento emocional. Cuando lo que mostramos no se sustenta en nuestra verdadera identidad, se produce una desconexión interna y externa. Desde la psicología cognitiva, esto se conoce como disonancia cognitiva: el conflicto que emerge cuando nuestras acciones no están alineadas con nuestras convicciones o principios. Esta tensión, en lugar de impulsarnos, puede frenar nuestro desarrollo.

Además, trivializar la marca personal puede dañar nuestra reputación. En un entorno laboral donde la coherencia y la transparencia son cada vez más valoradas, proyectar una imagen inconsistente puede hacer que se nos perciba como poco fiables. Aristóteles afirmaba que la excelencia no es un acto, sino un hábito. Del mismo modo, el desarrollo de una marca personal efectiva no se logra con esfuerzos esporádicos, sino con constancia. Este proceso no solo implica definir cómo queremos ser percibidos, sino también alinear nuestras acciones con esa visión. Es un camino dinámico que demanda autocrítica, adaptación y aprendizaje continuo.

Los resultados son claros: quienes trabajan su marca personal de forma seria suelen disfrutar no solo de beneficios profesionales —como nuevas oportunidades laborales o proyectos—, sino también de mejoras en su bienestar general. Esto se debe a que encontrar coherencia entre lo que somos y lo que mostramos genera una mayor sensación de plenitud. La constancia es el cimiento para convertir la marca personal en una herramienta transformadora. No es una moda pasajera si se comprende y practica como un proceso profundo y comprometido. Lejos de ser un simple ejercicio de autopromoción, tiene el poder de generar cambios sustanciales en la forma en que interactuamos con nuestro entorno y con nosotros mismos.

El verdadero riesgo no está en adoptarla, sino en hacerlo de forma superficial. La clave es encontrar el equilibrio: profundizar en el autoconocimiento, definir una propuesta de valor auténtica y proyectarla con coherencia y dedicación. Como todo proceso significativo, requiere esfuerzo, pero sus recompensas son duraderas.

*Soledad Depresbítero es relacionista pública experta en marca personal.

por Soledad Depresbítero

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