Trump está transformando el sistema de poder global

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Donald Trump señaló la semana pasada que EE.UU. y Rusia habían comenzado a negociar la finalización de la Guerra de Ucrania, en una conversación que mantuvo con Vladimir Putin de una hora y media de duración.

Agregó que Putin lo había invitado a visitar Rusia, que había aceptado, y a su vez formuló una invitación semejante al líder ruso a viajar a EE.UU., aunque previamente se verían en Arabia Saudita bajo los auspicios del Príncipe heredero Mohammed bin Salmán.

Ese mismo día, el secretario de Defensa, Peter Hegseth, advirtió en Bruselas que Ucrania debería descartar todo intento de incorporarse a la OTAN, una iniciativa que consideró “poco realista”.

Hegseth señaló también que Ucrania no podía intentar mantener las fronteras previas a 2014 (otra consideración “poco realista”); lo que implicaba aceptar como un hecho irreversible el reingreso de Crimea a Rusia, así como la anexión de los 4 distritos del Sureste ucraniano, en donde más del 90% de la población es rusa.

Trump adujo finalmente que su intención era volver a integrar a Rusia al Grupo de los 7 (G-7), del cual fue expulsada tras la anexión de Crimea en 2014.

Trump, en suma, está reestructurando el sistema de poder mundial, y para eso quiebra el status quo en todas partes al mismo tiempo.

La premisa sobre la actúa Trump es la siguiente: el colapso de la Unión Soviética en 1991 abrió paso a 18 años de vigencia de un sistema unipolar norteamericano, que concluyó definitivamente con la crisis financiera internacional de 2008/2009 (Lehman Brothers); y ahora, tras el profundo debilitamiento global experimentado por EE.UU. en los últimos cuatro años del gobierno de Joe Biden, emerge Trump con una afirmación irrestricta del interés nacional norteamericano. Al mismo tiempo, reafirma su condición de primera potencia global, cabeza y avanzada de la nueva revolución tecnológica de la Inteligencia artificial.

Por eso Trump está transformando el sistema de poder mundial, y estima que éstos son sus rasgos característicos en el siglo XXI.

“En la política – dice Hegel – no hay pasado ni futuro, sólo un eterno presente”; por eso la realidad del poder es lo que está a la vista, y no las pequeñas minucias de lo que se pretende “oculto”.

“La realidad, que es la verdad profunda de las cosas siempre está a la vista; lo difícil a veces es descubrir su contenido. Los jeroglíficos de Egipto siempre fueron claros, sólo que se tardó 3.000 años en descifrar su significado”, sostiene Carl Schmitt.

Lo fundamental es advertir que la base material del poder norteamericano está a la medida y sustenta su extraordinaria ambición.

Por eso Trump ha ampliado notablemente el campo de lo posible y de lo imposible; y ahora se aproxima el fin de la Guerra de Ucrania y del conflicto de Medio Oriente, incluyendo transformar el dominio norteamericano de la Franja de Gaza en la condición esencial de un nuevo período de estabilidad política en la región más conflictiva del mundo.

En estas condiciones, el poder de EE.UU. se transforma en una nueva etapa en la historia del mundo.

Esa base material del poder norteamericano está constituida por unos 400 clusters de innovación y conocimiento desplegados en todo el territorio de la Unión, al estilo Silicon Valley/Universidad de Stanford; en este momento de su historia tiene su epicentro en Texas, convertida en el eje del capital y la tecnología estadounidense, en el arco que vincula Austin con Dallas, donde se acaba de trasladar el “Stock Exchange” (Bolsa de Chicago), y pronto también, quizás, Wall Street.

A este mapa resplandeciente y extraordinariamente pujante de innovación y conocimiento que es EE.UU. hoy, hay que incorporar nuevos clusters de alta tecnología, como Monterrey en México y Calgary, en la provincia de Alberta en Canadá, cuya capacidad de innovación las llevan a disputar el 1° lugar con Boston/Harvard y Chicago y su universidad homónima.

Todo ésto se ha puesto en marcha. Es auténticamente “la historia en movimiento”, como diría Paul Sweezy, fundada hoy más que nunca en la innovación y el conocimiento; y ésto es lo que ha vuelto a colocar a EE.UU. en el centro del mundo, como ocurrió invariablemente a partir del fin de la Guerra Civil en 1865, cuando se impuso en forma aplastante el Norte industrial al Sur esclavista.

Marx dijo entonces que el experimento norteamericano – “…el único país capitalista sin pasado feudal” – desplegaba desde ese momento toda su extraordinaria potencialidad, sin límites ni cerrojos de ningún tipo.

Esto se completó con la construcción de los 2 ferrocarriles intercontinentales, que transformaron a este inmenso espacio vacío en un gigantesco y unificado mercado nacional, lo que culminó con la construcción del Canal de Panamá en 1914, que vincula a las 2 costas de ese gigantesco sistema productivo con características de mercado mundial.

Todo esto convirtió a EE.UU. en el nuevo centro del poder mundial, sólo que esta vez se sustenta en la tecnología de la Inteligencia artificial, que es la que digitaliza de manera instantánea y con alcance global la 4° Revolución Industrial, que es la fase actual de la acumulación capitalista.

Por eso, el gobierno de Donald Trump está transformando en forma irreversible la estructura del poder mundial en el siglo XXI.

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