Para muchos, su imagen quedó congelada en el tiempo: músculos de acero, corte mohicano, cadenas doradas colgando del cuello y frases inolvidables. Mr. T fue un ícono absoluto de los 80. Pero detrás de esa armadura visual que marcó a una generación, hay una historia de transformación que va mucho más allá de Hollywood o del ring.
En la actualidad, y a sus 73 años, Laurence Tureaud -su verdadero nombre- luce muy diferente a aquella imagen que todos recordamos pero conserva intacta toda esa energía que lo convirtió en una leyenda. Alejado de la industria desde hace años, Mr. T eligió otro camino: el de la fe, la introspección y la vida en calma.
En sus redes sociales, donde acumula más de un millón de seguidores, Laurence comparte entrenamientos, mensajes de esperanza y reflexiones espirituales. Su conversión al cristianismo marcó un antes y un después. Tanto, que hasta dejó de usar sus joyas características.
“Como cristiano, cuando vi a otras personas perder la vida, sus tierras y propiedades, sentí que sería un pecado ante Dios que yo siguiera usando mi oro. Sentí que era innecesario e irrespetuoso con esa gente que lo había perdido todo, así que dejé de usar mis joyas”, explicó Mr. T en una entrevista.
QUÉ FUE DE LA VIDA DE MR. T, LA ESTRELLA QUE BRILLÓ EN LA SERIE BRIGADA A
Mucho antes de alcanzar la fama, fue portero y seguridad en las noches más densas de Chicago. De ese mundo nació “Mr. T”, una identidad pensada para sobrevivir, pero que terminó llevándolo a custodiar a figuras como Muhammad Ali, Michael Jackson y Diana Ross. Hasta que un casting televisivo lo cruzó con Sylvester Stallone. De ahí a Rocky III y luego a Brigada A, solo hubo un paso.
En su época dorada, Tureaud también brilló en la lucha libre profesional. Su participación en la primera edición de WrestleMania, junto a Hulk Hogan, quedó grabada en la memoria popular. Pero todo cambió en 1995, cuando le diagnosticaron linfoma cutáneo. Fueron años duros. La pelea más importante de su vida no fue contra Rocky ni sobre un ring, sino contra el cáncer. Y la ganó.
Desde entonces, Laurence vive más en el espíritu que en el espectáculo. Ya no hay cadenas de oro ni anillos brillantes. Hay convicción, fe, y un mensaje claro: se puede volver a empezar.