Rita Mabel Suárez (47) estaba sentada al volante de su Renault Sandero. A su lado, su hijo de 15 años. Esperaban que la hija menor, de 12, saliera de una clase de canto, a solo una cuadra de distancia. Era jueves, pasadas 18, en la esquina de Miró y Florio, de Villa Luzuriaga, partido de La Matanza.
Nadie sabe de qué hablaban Rita y su hijo mientras esperaban adentro del auto. Tal vez comentaban algo del colegio, tal vez hacían planes para la noche, o quizá simplemente miraban por la ventanilla la calle aparentemente tranquila. Pero en segundos, la rutina se volvió pesadilla. Tres ladrones los interceptaron. Hubo un disparo. Rita quedó herida de muerte, recostada hacia un costado, con el cinturón de seguridad puesto. Su hijo, con la desesperación trepándole por la garganta, gritaba pidiendo ayuda mientras se agarraba la cabeza.
Analía vive justo frente a la esquina de Miró y Florio. Este jueves, pasadas las seis de la tarde, estaba recostada en su cama cuando un estruendo cortó la rutina del barrio. “Escuché un disparo y después gritos. Muchos gritos», recuerda, todavía con la voz apretada, en conversación con Clarín.
Se asomó y vio lo que nadie quiere ver: un auto detenido, la puerta abierta, una mujer inclinada hacia un costado con el cinturón de seguridad puesto. A su lado, un chico, el hijo de la víctima, suplicando: “Por favor, alguien haga algo.»
“Era desesperación pura. Gritaba que llamen a una ambulancia” cuenta Analía. “Ella estaba recostada, sin poder salir y tuvieron que cortarle el cinturón para sacarla del auto”, dice la vecina.
“La nena (por la hija mayor de la víctima) llegó cuando ya la habían llevado a la guardia. Supo lo que había pasado veinte minutos después”, relata Analía. «No la conocíamos, era de Isidro Casanova, pero nos tocó a todos esto» añade.
La ambulancia que nunca llegó
Mientras algunos vecinos intentaban llamar a la ambulancia y a la policía, otros buscaban la manera de socorrer a la víctima. La ambulancia no aparecía y el tiempo corría. Fue entonces cuando Carlos, otro vecino, decidió actuar.
Al principio, atiende detrás de sus rejas negras, con cierto temor a hablar. De hecho, al principio dijo que prefería no hablar, pero después, como quien quiere sacarse esa angustia del pecho comparte lo que vivió este jueves.
“Me quedé muy mal… ponete en mi lugar. Más por la criatura, mirá el Día del Niño que va a pasar. Me dijo que tenía 15 años. En el trayecto iba llorando y yo manejaba, estaba como en el aire”, describe a este medio.
Carlos y una vecina cargaron a Rita y a su hijo en una camioneta y emprendieron camino a la clínica Cruz Celeste, en San Justo. ”Estuvimos media hora esperando a la ambulancia. No venía nadie. La policía me dijo que no podían subirla a un móvil. Nunca la vi llegar a la ambulancia. No sé si estuvo bien o mal llevarla, pero el resultado fue devastador. Uno piensa: si la hubiera llevado antes podía cambiar algo…”, confiesa, con la mirada baja.
Anoche, Carlos no pudo cerrar los ojos. “Yo no conocía a la señora, pero me pongo en el lugar del hijo. Ver morir a tu mamá al lado debe ser una cosa horrible. No sé cómo se sigue con eso. Yo tengo hija y no puedo ni imaginarlo”, dice.
En su relato, la violencia es una presencia habitual. “Acá roban autos todo el tiempo. La semana pasada me robaron a mí. Por eso tengo cámaras y una de las que registró a los ladrones es la mía. Las cámaras dejan testimonio, pero no te protegen”, remarca.
“El barrio se cuida mirándose”
En Villa Luzuriaga, la seguridad es una red frágil tejida entre vecinos. “El de enfrente me mira a mí, yo lo miro a él. Si veo que lo están apuntando, ¿qué puedo hacer?”, dice Carlos imaginándose una posible situación. “Esta gente mata por matar. Dejaron a dos chicos sin mamá”, dice a punto de llorar.
Analía confirma que los robos no son una excepción. “A mí me robaron en la puerta de mi casa, me apuntaron en la cabeza para sacarme la mochila. Después entraron a mi casa y se llevaron mi bicicleta. También entraron a casas de otros vecinos, ataron a mujeres e hijas. Acá no hay tranquilidad”, relata con tranquilidad, como si ya lo considerara normal.
En Villa Luzuriaga, las casas muestran una postal repetida: rejas, alarmas vecinales y cámaras de seguridad en las fachadas. Aun así, la violencia se siente cerca.
Erica, vecina de toda la vida, lo resume así: “Estamos todos con alarmas, con cámaras. Yo tengo alarma, no cámara, pero es así: no te podés relajar. No hay policía. A las 20 ya no podés salir. Robos hay todo el tiempo: arrebatos, entraderas… pero nunca algo así.”
Otra vecina, docente en la zona, pidió no ser identificada y cuenta que, para entrar el auto a la casa, los vecinos coordinan como si fuera un operativo: “Avisás que estás a una cuadra, que te abran, y entrás rápido. Hay quienes tienen aplicaciones para ver las cámaras de la casa mientras se acercan, por si hay alguien merodeando.”
Los minutos después del crimen
Tras disparar contra Rita, los tres ladrones escaparon corriendo. Las cámaras de seguridad de los vecinos los captaron a seis cuadras, entrando a un comercio. Compraron una botella de agua y uno pagó con billetera virtual: así fue identificado como Máximo L.
Luego tomaron un remis hasta Rafael Castillo. En ese viaje, otro de los delincuentes, Alex M., también pagó con billetera virtual. Con esos datos y el cruce con el Renaper, los investigadores obtuvieron sus identidades. Ambos serían menores de edad.
El fiscal Arribas ordenó allanamientos y dio intervención a la Fiscalía de Responsabilidad Penal Juvenil N°1 de La Matanza. Alex M. fue detenido; Máximo L. y el tercer sospechoso permanecen prófugos.
Un dolor que se queda
En la clínica Cruz Celeste, Rita no pudo ser salvada. Su hija de 18 años y su hijo de 15 quedaron sin madre.
“Peor hubiera sido que yo me quede adentro y no haga nada. Hice lo que me dijo el corazón”, señala Carlos. “Pero el pibe… ese pibe me partió el corazón”, dice mientras cierra la ventana.
En esta parte de Villa Luzuriaga, el recuerdo de esa tarde sigue vivo. El disparo, los gritos, la mujer tendida, la camioneta arrancando sin mirar atrás. Y un barrio entero que, aunque se mire para cuidarse, sabe que no alcanza.
AA